20 de marzo de 2012

Especial Paul McCartney: "Que les den a las nuevas generaciones"


Esta mañana, de camino al trabajo, Paul McCartney tuvo que esperar a que cruzaran unos peatones por un paso de cebra. Se colocaban en grupos, cámara en mano, bloqueando una calle de Londres plagada de árboles. Mientras McCartney estaba dentro de su deportivo, nadie fijaba su mirada en él: los turistas estaban demasiado ocupados haciéndose fotos mientras cruzaban Abbey Road. “Me ha pasado varias veces. Es un momento que disfruto, la verdad. Hay una metáfora buena y fuerte, pero hay tantas metáforas en mi vida: no las busco. La vida de un Beatle está llena de ellas”, explica McCartney más tarde, riéndose. En lugar de salir del coche y posar con sus fans, se aguanta las ganas y se dirige directamente a tierra santa, con ese característico e imborrable olor a humedad: el Estudio Dos de Abbey Road. “Bienvenido a mi mundo”, anuncia McCartney, atravesando una puerta doble, al final de una habitación de techos altos con aspecto de gimnasio. Antiguo y moderno. “Cada vez que vengo aquí, desenmaraño toda la historia de nuevo. Aquí es donde todo ocurrió”, explica.


Los Beatles grabaron la mayor parte de su música, desde "Love Me Do" a "The End", en este espacio sin glamour de paredes blancas, el mismo donde superaron su primera audición de EMI hace casi 50 años. Aparte de algunos bafles nuevos y un reloj diferente, apenas ha cambiado. En una de las esquinas, McCartney exclamó: “One, two, three, four!” para empezar "I Saw Her Standing There"; en otra, tocó el acorde de Mi mayor en uno de los muchos pianos que se oyen al final de "A Day In The Life. Ahora está tocando la batería. Al rato de llegar, ha salido disparado, ha cogido un par de baquetas y se ha puesto manos a la obra con  un par de compases de ritmo acelerado, dándole fuerte al charles [doble platillo]. Suena a Beatles, o al menos a Wings. McCartney señala las escaleras que conducen a la sala de control donde trabajaban George Martin y los técnicos. “Ahí vivían los mayores. Esas escaleras eran tan icónicas, están grabadas en mi memoria como un sueño”, asegura.


Es un día de invierno de finales de enero, pero para mantener su eterna apariencia juvenil, el músico de 69 años no lleva chaqueta; sólo viste un chaleco negro de la marca North Face sobre una camisa vaquera planchada que lleva metida por dentro de sus vaqueros oscuros, que también parecen estar planchados. En los pies lleva unas zapatillas negras de correr con detalles blancos. Su pelo, siempre estupendo, está más despeinado que de costumbre y hoy está un poco pálido; ha estado trabajando demasiado.
“Este lugar me trae tantos recuerdos, no te lo puedes ni imaginar. Es increíble”, afirma McCartney. Señala a la esquina del fondo y añade: “Recuerdo a John ahí de pie, tocando "Girl"”. Canta el estribillo, imitando la bocanada de aire que tomaba Lennon y gesticulando como si estuviera dándole una fuerte calada a un porro. “La gente pensaba que se trataba de eso [los porros], pero no era así. Simplemente nos gustaba ese sonido sibilante. Todas esas leyendas que se inventaron no son ciertas. El otro día vi un programa sobre los Beatles y sólo en los primeros cinco minutos había cuatro errores. Por esta razón no sabemos quién era Shakespeare ni lo que pasó realmente en la batalla de Hastings”, manifiesta. Tal como sugiere el incidente del paso de peatones, una mítica sombra de cuatro cabezas a veces amenaza con ocultar a Paul McCartney, el ser humano: recién casado, casi milmillonario, vegetariano estricto, padre de una niña de 8 años (y cuatro hijos adultos), un artista por el que no pasan los años que da conciertos de rock de tres horas y no para de componer y grabar, un compositor de ballets y sinfonías y caballero del reino. Con su último trabajo, "Kisses On The Bottom", McCartney añade su condición de “cantante melódico de clásicos” a esa lista.  Se trata de una colección con toques de jazz de melodías pre-rock donde se cuelan un par de temas originales de McCartney que siguen ese estilo.
Había retrasado este álbum de clásicos durante años, en parte porque otra gente –de Ringo Starr en 1970 a Harry Nilson en 1973, hasta Rod Stewart en los últimos mil años– no paraba de hacerlo. Además, no estaba seguro de si quería reforzar esa imagen de sí mismo como baladista sentimental, el supuesto reverso del rockero crudo de John Lennon. “Lo tengo superado. Si la gente aún no conoce mi otra cara, ya es tarde”, sentencia McCartney. Aún así, "Kisses" es algo excepcional. Queda una semana para que salga el disco, y ya está trabajando en un nuevo álbum de rock. Hasta ahora, ha tocado todos los instrumentos: bajo, guitarras, teclado y batería en el Estudio Dos. “El plan era hacer lo que estoy haciendo ahora, que es ponerme casi inmediatamente con otro disco, para que la gente no piense que ya está, que me he pasado al jazz”, aclara. Hoy está grabando un tema para ese próximo álbum llamado "Hosannah", una balada acústica que no desentonaría en su primer trabajo en solitario, McCartney (1970), donde también tocaba todos los instrumentos. Mientras se coloca los cascos para empezar a trabajar –invocando ese sonido que recuerda al de una trompeta de su bajo Hofner, marcando el ritmo con el pie–, resulta difícil oírle entre todos esos fantasmas que inundan la sala.

Pero McCartney no lo ve así: le gusta trabajar aquí, y sobrelleva el pasado como puede. “Yo vivo con ello. Cuando compongo un tema, mis otros temas siguen ahí. Supongo que escribir una buena canción se convierte en una maldición, porque siempre piensas: ‘Mierda, acabo de escribir "Eleanor Rigby", ¿cómo voy a superar eso?’. Y te das cuenta de que no lo vas a conseguir, pero escribes "Blackbird". Tomas otra dirección o lo que sea. Si tienes suerte. Siempre he sido consciente de ese fenómeno, pero nunca he dejado que me bloquee”, asegura. McCartney es lo suficientemente consciente de otra ironía: a diferencia de otros artistas de pop y rock que han grabado álbumes de clásicos, él fue el responsable (con la ayuda de John Lennon y Bob Dylan, claro) de desbancar al Gran Cancionero Americano [los estándares de la canción desde los años 20 a los 60]. “Nos dimos cuenta de ello. Luego veíamos a gente que habíamos admirando quejándose, pero esa no era nuestra intención. Solamente estábamos haciendo lo nuestro”, recuerda. “No queríamos enterrar el pasado, pero eso fue lo que ocurrió, que gente que admirábamos mucho como Harold Arlen, que compuso "Somewhere Over The Rainbow", se pasaron de moda cuando nos hicimos famosos y ya no había tanto interés en grandes compositores como Leiber y Stoller, porque la gente empezaba a copiarnos y componían sus propias canciones. Los Hollies y los Stones empezaron a escribir, pensando que era una gran idea. Así que, sí, marcó una tendencia que desgraciadamente borró del mapa a algunos de nuestros favoritos”, confiesa. Al día siguiente de la sesión de grabación, McCartney está de vuelta en el Estudio Dos, sentado en una silla plegable frente a una mesa de madera justo entre los teclados antiguos que ha traído. Se está comiendo un bagel [bollo de pan] con una mezcla de hummus y el condimento británico Marmite, ejercitando periódicamente el que debe ser un privilegio de caballeros, hablar con la boca llena. Insiste en que pruebe un poco de hummus –“Es el mejor del mundo, muy cremoso”– y deja un poco en el plato: “Moja el dedo en eso y pruébalo, ¡venga!”, exclama. Lo hago, mientras mi dedo se mueve nervioso a su destino: ¡hummus de Beatles!
Te dicen eso de que debes ceder paso a las nuevas generaciones. Y yo pienso: ‘Que les den, que se abran paso ellos solos’. Si son mejores que yo, podrán conmigo sin ayuda”


Mccartney ha estado pensando en la fuerte influencia que ejercieron los clásicos prerock sobre la composición de los Beatles; Lennon y él ya eran adolescentes antes de escuchar por primera vez a Elvis Presley, Little Richard, Chuck Berry y Buddy Holly. “Crecimos viendo películas de Fred Astaire y luego se quedó a un lado por culpa del rock and roll”, cuenta mordiendo su bagel, “pero aún tenemos esa influencia. Los Stones estaban influidos por el blues y nosotros por el rock and roll –también el blues, hasta cierto punto–, pero además, sin saberlo, el elemento melódico de los Beatles venía de los más profundo de nuestros recuerdos, era todo lo que habían cantado nuestros padres”, explica.
El padre de McCartney, Jim, era un trompetista de jazz que tuvo una banda durante los años 20. Además era pianista aficionado, y algunos de los primeros recuerdos musicales que tiene Paul son de estar tirado en el suelo junto al piano, escuchando a su padre tocar el tipo de temas que ahora Paul canta en su disco. “No hay grabaciones de mi padre, pero la cámara de mi alma lo tiene registrado. Creo que era muy bueno, pero él no pensaba que fuera lo suficientemente bueno como para ser profesional. Obviamente, la gente que contrataba a su banda no pensaba que eran muy buenos, porque tenía que estar cambiando el nombre del grupo constantemente para que les llamaran para otro bolo”, recuerda. Más tarde, su padre presionó para que los Beatles versionaran "I’ll Buy A Stairway To Paradise" de Gershwin. No pasó. En cambio, crearon canciones como "Your Mother Should Know" y "When I’m Sixty-Four". Lennon lo llamaba “música de abuelas”, aunque McCartney no tarda en apuntar que a John también le gustaban las viejas canciones.



McCartney grabó "Kisses On The Bottom" con un veterano productor de jazz y estándares, Tommy LiPuma, que trajo a Diana Krall como directora musical. McCartney ya la conocía y le gustaba: había estado en su boda con su viejo colaborador Elvis Costello “en casa de Elton”. Trabajaron principalmente en los estudios Capitol de Los Ángeles –donde McCartney cantaba con un micrófono utilizado por Frank Sinatra y Nat “King” Cole– y en Nueva York, donde, el día que se esperaba la llegada del huracán Irene, McCartney insistía en ir al estudio. “Lo que le falta a la mayoría de la gente que interpreta esta música es que piensan: ‘Hey, sólo estamos cantando estándares clásicos, nena’, y no se trata de eso. Es mucho más. Paul halla su propia historia en ellos”, comenta Krall. Uno de los temas originales de McCartney, "My Valentine", lo compuso para Nancy Shevell, la estilosa mujer de negocios americana de 51 años con quien contrajo matrimonio en octubre. El primer verso –“What if it rained/We didn’t care (Y qué si lloviera/No nos importaba)”– viene de algo que ella dijo mientras estaban en Marruecos de vacaciones. McCartney fue corriendo al piano que había en el hotel, y la canción salió casi de inmediato. Tras dos bodas muy públicas, McCartney es reacio a hablar de la tercera, pero admite que ha mejorado sus perspectivas. “La verdad es que sí. Creo en el amor. Los Beatles cantaban sobre él; yo también; todo el mundo lo hace. Probablemente tu mujer y tú creéis en él. Es una idea bastante popular. Y encontrar el amor después de un divorcio es estupendo, muy estimulante. Y Nancy es genial, es enigmática, interesante, preciosa, lista, sensible y todo lo que buscas en una compañera. Es bellísima. Es divertida, astuta, es estupenda, lo tiene todo”, cuenta. La reacción de Shevell a la última canción de amor tontorrona de McCartney fue comedida. “Es un poco tímida, así que sonríe con timidez, pero sé que le gusta. No se volvió loca –‘¡Me acaba de escribir una canción!’– pero aprecia el gesto”, afirma.


Arriba, en la sala de control del  Estudio Dos, el compositor más melódico de su generación está creando un ruido horroroso. McCartney anda tocando los botones de un viejo magnetófono, probando con el bucle de una frase de guitarra que acaba de tocar. Lo acelera hasta que se convierte en un grito más fuerte que los de Yoko, luego lo ralentiza. Le da al stop y sonríe. “Nos lo pasamos bien, ¿no?”, dice. Está trabajando con el productor Ethan Johns –el alto y barbudo hijo del productor y técnico Glyn Johns, que trabajó en "Let it be"– en unas posibles capas de loops para "Hosannah". En la esquina hay un Pro Tools [herramienta para audio digital] montado, aunque Johns también está grabando en cinta analógica. “¿Es suficiente? ¡Podría seguir así todo el día!”, exclama McCartney después de unas frases más. Deja su guitarra Les Paul del 57 (“Hubo un tiempo en que sólo tenía una. ¡Yo mismo cambiaba las cuerdas!”, señala cuando Johns la admira) y coge el micrófono. Canta varios “whoos” seguidos con cierta reverberación, que le hace sonar como un Little Richard fantasmagórico, luego se acerca Johns para hacer algunas armonías. Acelerado o ralentizado, suena como una pesadilla alucinógena. “¡Y lo estamos haciendo sin drogas de por medio!”, señala McCartney entre risas mientras baja las escaleras, listo para añadir un poco de bajo.



McCartney asegura que ha dejado los porros para siempre, después de muchos años y muchas redadas inoportunas, sobre todo en Japón, donde acabó nueve días en prisión. “Fumaba mucho, y ya está bien, he fumado lo mío. Cuando crías a un niño, si tienes suerte, llega un punto en que adquieres el sentido de la responsabilidad. De repente te das cuenta de que no lo necesitas”, explica. ¿Esperaba que ahora fuera legal? “Bueno, lo he solicitado unas cuantas veces. No lo sé, es un tema difícil. Siento que he hecho lo que he podido, y sí, me sorprende que no lo hayan legalizado. Está el argumento de que si el alcohol es legal, la marihuana debería serlo también y por otro lado el que dice que no hace falta que se legalice otra droga, pero hay otro argumento para combatir este: está ahí, así que no actúes como si no existiera. Yo no soy quién para juzgar cómo hay que lidiar con este asunto, hay otra gente que puede hacerlo”, sostiene. McCartney está leyendo "Vida", de Keith Richards. Aún no ha llegado a la parte en la que habla sobre su persona, pero el libro no le ha convencido para que escriba sus propias memorias (aunque sí participó en la biografía autorizada de 1997 de Barry Miles): “Estoy haciendo demasiadas cosas como para sentarme a escribir sobre el pasado, me da pereza”, asegura. Confirma que hace unos años Richards y él trabaron una amistad tardía y hablaron sobre unas colaboraciones que seguramente nunca tendrán lugar. “Se nos ocurrieron cosas muy divertidas y le decía: ‘Keith, es una idea peligrosamente buena, esto es ridículo, raya en lo brillante”.
McCartney no se siente un forajido del rock and roll, como Richards. A diferencia de Lennon, McCartney nunca devolvió su medalla de Miembro del Imperio Británico y en 1997 aceptó alegremente el título de caballero. Richards se indignó cuando Mick Jagger recibió el mismo honor. “Como miembro de una banda de rock, te cuestionas si es algo guay o no. Pero he visto hombres de clase obrera a los que les enorgullecía recibir ese honor por parte de la reina. Eso me impresionaba más que toda la gente que decía: ‘De ninguna manera, tío’. Entiendo sus razones, pero a mí me parecía que era un regalo bastante guay de manos de una señora bastante guay”, se sincera. Sigue estando convencido de que Su Majestad es una chica bastante maja y participará en junio en el concierto por el Jubileo de Diamante de la reina, que cumple 60 años en el trono. “Tienes que verlo desde la perspectiva de los niños que la vieron llegar al trono. Recuerdo que iba en un autobús en Liverpool y oí a un niño que gritaba: ‘¡El rey ha muerto!’, como en las películas. De repente apareció la princesa Isabel, que siempre nos pareció que no estaba nada mal. Teníamos la edad adecuada y ¡su busto nos impresionaba bastante! Luego la conocimos, y pensamos: ‘No está mal, es guay’”, recuerda.



“Siempre la he admirado por cómo ha manejado todo el trabajo que tiene. Entiendo a los antimonárquicos, porque es algo muy anticuado, pero me pregunto: ¿Quién va a representarnos en las grandes celebraciones, en las olimpiadas? ¿David Cameron? ¿Tony Blair? No me convence”, manifiesta.
McCartney es conservador, pero con ‘c’ minúscula: en el Estudio Dos, hablando sobre el estado del mundo, suelta un discurso sobre la deuda pública que cuesta imaginar en boca de otro dios del rock: “Existe la idea de que siempre hay que estar prestando; mientras que mi teoría, inculcada por mi padre, es que nunca hay que estar en deuda con nadie, y que cuando necesitas algo, hay que esperar hasta que te puedas permitir tenerlo”, expone.
Sin embargo, no es de derechas: a McCartney le desconcierta y le molesta la gente que niega el cambio climático, y prefiere a Barack Obama mucho antes que a George W. Bush. Enfureció a los tertulianos de la derechista Fox News cuando visitó la Casa Blanca en 2010: tras interpretar "Michelle" para la primera dama, declaró: “Es genial tener a un presidente que sabe lo que es una biblioteca”. Incluso dejó de tocar en directo "Freedom", su himno post 11-S , tras el comienzo de la guerra de Irak. “Cuando cantaba ‘I will fight for the right’ (lucharé por lo justo), me refería a que lo superaríamos. Pero, desgraciadamente, justo después me di cuenta de que se iba a interpretar en un sentido más militarista. Así que no la tocamos”, explica. 
Hace 20 años, cuando McCartney cumplió los 50, su mánager de entonces le sugirió que se retirase. “Es lo mejor. No vas a querer seguir más allá de los 50, va a ser lamentable”, le dijo. En junio, McCartney cumplirá los 70 (“Que me digan lo que quieran, pero nunca me voy a poder creer que tengo 70 años. Hay una pequeña célula de mi cerebro que nunca se lo va a creer”, manifiesta) y no tiene pensado dejar de grabar y de dar conciertos. “Te dicen eso de: ‘Cede el paso a las nuevas generaciones’. Y yo pienso: ‘Que les den, que se abran paso ellos solos’. Si son mejores que yo, podrán conmigo. Los Foo Fighters no tienen ningún problema, son buenos, hacen lo que saben”, asevera.
“Si lo estás disfrutando, ¿por qué vas a dedicarte a otra cosa? ¿Y qué harías? Una buena respuesta sería que me tomara más vacaciones, que puede pasar, pero me gusta tanto lo que hago que no quiero parar. Sobre el escenario el sentimiento es el de siempre. Por tanto, de momento, la banda va bien, me lo estoy pasando bien, sigo cantando como antes y, toco madera, no estoy teniendo ninguno problema serio. Si algo no está roto, no lo arregles”, asegura.
No le duele que en los últimos años su agenda de conciertos se haya tenido que reducir a giras más cortas e intensas, en mayor parte debido a la custodia compartida de su hija de ocho años, Beatrice. “No organizamos duras giras eternas como las de U2 o los Stones, de las que acabas harto”, señala McCartney, que tiene pensado fijar algunas fechas este año. “Participamos en ciertos acontecimientos y en fechas concretas. Dada mi situación con la custodia, es lo único que puedo hacer. Al principio pensé que sería un problema, y al final ha resultado ser algo así como una bendición”, añade.
Se ve a sí mismo tocando hasta bien entrados en los 80. “Me lo imagino. Ahora, si mis imaginaciones se harán realidad o no, eso no lo sé. En los últimos años, me he aficionado a la guitarra; hay un montón de cosas pequeñas que surgen y que te animan a seguir adelante”, sostiene.
Abordo la idea de morir sobre el escenario. ¿Estaría por la labor? Retrocede un poco, luego sonríe y responde: “¿Qué clase de pregunta es esa? Debo decir que eso no me lo he imaginado. Seguir tocando cuando sea un anciano… cuando dejara de ser algo agradable sería un buen momento para parar. Pero ahora me lo estoy pasando muy bien, y merece la pena. Es un buen trabajo. Sin embargo, entiendo lo que quieres decir: ¿Cuánto tiempo podré seguir?”.



En el rincón del estudio privado que McCartney tiene en la campiña inglesa, el Beatle está tocando riffs de rockabilly en un viejo contrabajo. El instrumento ha recorrido un largo camino para llegar hasta aquí: perteneció a Bill Black, el bajista original de Elvis Presley. “Este es, tío. Acércate y tócalo”, me anima McCartney. 
Se lo regaló su difunta esposa, Linda; al otro lado de la habitación, la luz de la primera hora de la tarde atraviesa una vidriera con la imagen de B. B. King en pleno éxtasis, adaptada de una foto realizada por la propia Linda, reputada fotógrafa en la época dorada del rock. Junto al contrabajo hay una pequeña mesa de madera, procedente del colegio al que iban McCartney y George Harrison en la misma época que Black estaba amarrando ese contrabajo para ir de gira por el Sur junto a Presley.
Junto a las escaleras hay un pedazo de una sala de conciertos de Londres donde tocaron los Beatles, recientemente derribada. McCartney le envió otro a Starr por su cumpleaños. “No me dejarían tener todo esto en casa. Los tíos acumulamos muchas cosas, no nos gusta tirarlas. Y lo mío es acumular cosas de los Beatles”, explica.
Sentado en un sofá amarillo, cerca de un jarrón con flores frescas, señala que le sorprendió la franqueza con la que hablaba Harrison sobre los estragos psicológicos causados por la beatlemanía, un tema tratado en el documental de Martin Scorsese. “Creo que todos experimentamos el trauma que George expresó con palabras. Me gustó oír a George hablar de ello, se está haciendo público. A mí me educaron de tal manera que yo lo interioricé, no iba a quejarme. Formaba parte de la banda más famosa del mundo, con la que ganaba dinero, con la que pasé buenos momentos, y también malos, pero no me iba concentrar sólo en lo malo. Había que aceptarlo”, reconoce.
McCartney ha ido a terapia, pero no para tratar ese asunto. “Sí, he ido a terapia, por el divorcio y otras cosas, y cuando perdí a mi mujer. No tiene nada que ver con los Beatles, créeme”, asegura.
Mientras los cuatro Beatles seguían vivos, nunca se descartó la idea de volver a tocar juntos. “Se habló de una posible reunión un par de veces, pero no cuajó, a nadie le apasionaba demasiado la idea. Había más ganas de retirar a los Beatles que de reunirlos. Todos estábamos de acuerdo en que habíamos cerrado el círculo”, sentencia.
“Y lo más importante, pudo haber salido tan mal que habría estropeado la imagen de los Beatles, la gente llegaría a pensar que nunca fueron tan buenos. Por tanto, las sugerencias para una reunión nunca fueron muy convincentes. Al principio nos parecía buena idea, pero siempre había uno que no estaba por la labor, y con eso bastaba, porque funcionábamos como una democracia. Si a alguno no le gustaba una canción, no se tocaba. Algunas como "Maxwell’s Silver Hammer" se libraron por los pelos”, relata.
Lennon y McCartney llegaron a reunirse en un estudio de grabación unos años después de la separación de los Beatles; fue en 1974, cuando Lennon estaba en Los Ángeles trabajando con Harry Nilsson, produciendo el disco "Pussy Cats". Al final, intentaron tocar algo junto a Nilsson, Stevie Wonder y otros. El momento quedó inmortalizado en el célebre pirata "A Toot And A Snore In ’74" (que McCartney nunca ha escuchado), y el resultado fue horrible. “Supongo que no sonará muy bien”, sugiere McCartney. La historia le parece más cómica que trágica: “Estábamos fumados. No creo que hubiera nadie en esa habitación que no lo estuviera. Por alguna razón, decidí sentarme a la batería. Aquello no era más que una fiesta, ¿sabes? Decir que fue algo ‘desorganizado’ se queda corto. Es posible que intentara restablecer el orden, sugiriéndoles que pensáramos en una canción, pero no sé si lo hice”, cuenta.



Esta mañana, en su estudio, Paul McCartney se sentó y compuso un nuevo tema. Esto es a lo que se dedica. Tanto si se acaba de divorciar como si se acaba de casar, esté feliz o triste, la música llega. “Anoche se me ocurrieron algunas cosas, he llevado a mi hija al colegio y de vuelta, en el coche, iba pensando. Junté las palabras y acabo de crear la melodía mientras esperabas en la cocina”, explica.
Hoy va a trabajar con Mark Ronson -uno de los muchos productores en los que ha pensado para el disco-, así que decidió componer algo apropiado. “Mark pinchó en el banquete de nuestra boda, así que estaba pensando en ‘fiesta’ y se me ocurrió una canción, "Life Of A Party Girl" (la vida de una fiestera)”.
En cualquier caso, las canciones se le aparecen con demasiada facilidad, lo cual puede explicar cómo los temas del nivel de los Beatles pueden co-existir en su catálogo en solitario con otros más desechables como "Let‘em In". “Debo tener cuidado para que no me salga algo demasiado insulso. Paul Simon trabaja su música mucho más que yo, con un primer, segundo y tercer borrador. Yo también hago eso, pero no tanto como él. Son diferentes tipos de música. No creo que [el bluesman] Arthur ‘Big Boy’ Crudup se pensara mucho "That’s All Right, Mama". Allen Ginsberg solía decir: ‘La primera idea es siempre la mejor’, y luego se pasaba horas corrigiendo su trabajo. A veces escribo algo, lo miro, me echo a temblar y pienso: ‘No me gusta’”, relata.
En un nivel más profundo, McCartney no tiene muy claro de dónde vienen las melodías. Aún no ha descubierto cómo compuso "Yesterday" mientras dormía. “No me gusta usar la palabra ‘magia’ porque suena cursi. Sin embargo, cuando tu canción más importante –versionada por 3.000 personas, y la cifra sigue aumentando– surgió en un sueño, cuesta creer que no hay algo sobrenatural ahí fuera”.
¿Se siente como si Dios le hubiera enviado un gran cheque? “O me lo envié a mí mismo, inconscientemente. Tengo esta especie de teoría de que llenamos nuestro ordenador con información sobre el mundo y un día esa información se imprime. Creo que "Yesterday" fue una impresión involuntaria. También pudo ser Dios, no lo descarto”, responde.
McCartney siempre pareció ser el Beatle menos espiritual (o el segundo; quién sabe lo que pensaba Ringo). No cuenta con un "My Sweet Lord" en su repertorio, ni siquiera un "Across The Universe". “Creo en el espíritu, es la mejor manera de explicarme. Creo que hay algo más grande que nosotros, y me encanta, y le estoy agradecido, pero de la misma manera que el resto de la gente, no consigo determinar qué es, y estoy contento de no hacerlo. Cojo cosas de todas las religiones –me gustan lo que dicen los budistas, lo que dijeron Jesús y Mahoma”, argumenta.
Y al final, McCartney cree que todo se reduce a un mensaje muy breve, que revela con grave acento de Liverpool: “No pierdas la calma y estarás bien. Esa es la religión del rock and roll”.





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